La intrascendencia
del olvido
(…) más aún en este
país en el que muy pocos leen,
casi nadie piensa y
nadie recuerda.
Leonardo Azparren
Giménez 2012
En el texto La
ciudad escondida de José Ignacio Cabrujas (1990) el autor menciona cómo las
calles de la ciudad de Caracas, en Venezuela, son vistas por él como lugares
intransitables desde la idea de “recorrido”, dudando incluso con esta
aseveración de que alguno de sus habitantes se desplace en ellas con otro
interés que no sea “el logro de un objetivo”. Para continuar esta idea en el
mismo texto explica: “Puedo evocarla por los sonidos, por los ladridos, por las
voces, por los latidos del corazón, por mi intimidad amenazada en esa aventura,
pero jamás por la arquitectura que recorrí”. Es esta idea de evocar, de traer algo al recuerdo o al
imaginario, lo que más llama mi atención.
Y es que gracias a una política gubernamental, quizás
desde la década del 50, decidida a hacer camino y vida desde la premisa moderna
del progreso, para quien habite o visite esta ciudad se le hace muy difícil
pensar en la idea de “un pasado histórico” del cual seamos deudores
culturalmente. En términos de estructura incluso, no tenemos imagen alguna en
nuestra memoria colectiva que nos ayude a evocarnos
como una cultura hija de un tiempo pasado. Por lo que, así como la ciudad se
presenta como intransitable, nosotros culturalmente nos presentamos como
intrascendentes. Un collage de esta
ciudad y sus íconos, se nos presentaría como una imagen que condensa esta
representación social creada a partir de nuestro encuentro cotidiano con ella. Sin
embargo, nuestra representación social se puede decir que no se ha fijado del
todo, por esta ceguera que tenemos hacia lo cotidiano, en esas otras
informaciones gráficas que revierten un poco esta idea que tanto yo como varios
de nuestros intelectuales contemporáneos tenemos.
Hablamos de un país sin memoria, sin recuerdos, sin
imágenes y sin arquitectura pero sin embargo en nuestros teatros se ha
construido ideología local, en nuestras pantallas se han transmitido
adaptaciones de nosotros mismos y en nuestras arterias viales se han levantado
muros que nos enseñan quienes nos han “conducido” hasta nuestro presente.
En 1999, nueve años después del texto de Cabrujas, y casi
de forma contestataria, se erige en esa misma ciudad de Caracas el mural Conductores de Venezuela realizado por
Pedro León Zapata, otro de nuestros representantes gráficos y pictóricos así
como formador de la descendencia cultural del país. En este mural con trazado
humorístico se nos introduce a Simón Bolívar, a Teresa de la Parra, a Armando
Reverón, a José María Vargas y a Simón Rodríguez cómo conductores centrales de
nuestra historia que nos han llevado hacia la luz.
Y es que esta caricatura en gran formato, realizada a
modo de mural mexicano, sirve de pared de apoyo para la entrada de una de las
universidades más importantes del país. Sirviendo de apoyo y de punto de
partida, a su vez, para los pensamientos que se gestan dentro y fuera de esa
institución. Es decir, muy en contra de esta idea de hijos del olvido presente en
nuestras mentes, la composición arquitectónica de esta ciudad sí hace
referencia, en algunos espacios, a nuestra identidad y a nuestra ascendencia
cultural por muy actual o reciente que esta parezca.
Así como Zapata nos habla de nosotros desde la
cotidianidad del transporte, Cabrujas nos habla de nuestra cotidianidad a
través de nosotros como personajes. Nosotros mismos somos los temas, y somos
los conformadores de cualquier representación social que nos hagamos acerca de
nosotros. Desde este concepto, la representación social “no es un puro reflejo
del mundo exterior, una huella que se imprime e integra mecánicamente en el
espíritu”. Es un trabajo de contacto con nuestras producciones a pesar de
alimentarnos de la importación incluso cultural. Esta idea es algo que ya ha
sido pensada, incluso desde la crítica como en el caso de José Ignacio
Cabrujas. Sin embargo no se trata de seguir a maestros que nos hablen de
nosotros mismo desde el “deber ser” desprestigiando las vida cotidiana por su
intrascendencia, como él mismo lo decía. Se trata de reconocernos y aceptarnos.
Pensar en la identidad del día a día como tema es la única forma de
conformarnos como individuos pertenecientes a una cultura mayor. El país
planteado en el escenario o el país planteado en la caricatura es la única
forma para una configuración de quienes somos. En 1979 Cabrujas decía “… creo
que si el venezolano se reconoce, logrará entenderse”. En 2012 buscamos
reconocernos y nos sentimos perdidos. En 1999 Zapata nos presentó a gran
escala.
“Siempre he pensado que Caracas es una ciudad donde no
puede existir ningún recuerdo. Es una ciudad en permanente demolición que
conspira contra cualquier memoria; ese es su goce, su espectáculo, su principal
característica. En algún momento de mi vida me he horrorizado ante esa
situación; hoy no. Hoy pienso que es una legitimidad y así como hay pueblos que
construyen hay otros que destruyen (…) El caraqueño es un pueblo demoledor, no
por nada, sólo por ser fiel a su historia”.
Esta frase de Cabrujas de 1994, sólo puede ser entendida desde la
aceptación. No es para olvidarnos en la desmoralización, es para entendernos y
reconocernos en nuestro accionar actual, evocándonos,
de ser necesario, desde nuestro ahora.
Comentarios
Publicar un comentario
La utopía es la interacción, hazla posible.