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Inés y Enrique

Inés y Enrique existen


Nunca pensé que un ingeniero pudiera captar mi atención como él lo hizo. Enrique Cassagne. Sentado allí, frente a nosotros cuatro, los alumnos pero seis en total, lanzaba una mirada penetrante que sólo evitaba para poder recoger alguna de sus palabras. Todos salimos sin ninguna. Sin reacción, estupefactos de las lecciones de vida que este sencillo sujeto se había dispuesto a soltar alegremente un viernes por la mañana. “El problema de hoy es la falta de cultura filosófica” fue su conclusión. ¿Aprendieron algo? intentó preguntar entre los apuros del reloj “Aprendí incluso lo que no sabía que tenía que aprender” fue exactamente lo que respondí.
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“Me dediqué a clasificar para poder orientarme”, con eso empezó. Dejándome impresión de vergüenza después de hallarme sin ninguna clasificación ni orientación construida. Su charla se dedicaría a los afectos.
¿Qué es la pasión? La pasión es algo que me pasa, no tiene en mí iniciativa. No puedo evitar que eso se produzca. Me lo produjeron, lo padezco a diferencia de las acciones de las cuales yo intervengo con la libertad de responder por aquello que hice. Difícil de soportar. Sin embargo, no habría equiparación con aquello de lo cual no tengo responsabilidad alguna.
Los afectos humanos son tales porque me afectan, me despiertan. Me hacen ver algo. Los sentimientos son objetivos, porque hay algo que no soy yo que los despiertan. Todo sentimiento tiene una necesidad de compensación y a pesar de que no crea en eso, es lógico.
La tristeza, según comentaba este ingeniero, es el peor mal que puede sufrir una persona. La persona sufre de melancolía, de depresión, de pérdida de vida. Sin embargo, hay formas de salir de esto a través de la compensación, de ser vindicado, de la venganza. Esta última vista con mesura, con el enojo debido a la situación debida. Ya que, de no ser así, esta ira enceguecida, no bien dirigida, se convierte en iracundia. En mal. Toda virtud, y la ira y la venganza son vistas como tal, sólo es vicio cuando se desmide en sus intentos.
El ser impasible, por ejemplo, es un vicio. No sentir humanamente lo que se debe sentir está mal. Porque así como él decía: La bronca está, se acumula, explota. Es un tumor, como lo llamaban los antiguos, que quienes lo llevan dentro, los rencorosos, se enferman con su presencia. Hay que hablar y decir las cosas, si no te enfermas. Y el mal se expande y llega hasta nuestra sociedad. Nombraba, en este sentido aquella idea rusa: “Toda aldea se construye alrededor de un justo”, porque la injusticia es dispersiva, no puede haber unidad social donde esta exista. En cambio, si las pasiones son buenas, unen a los demás. Humanizan. La riqueza se expande, cuando se comparte se recibe. Pero ojo, que cuando tengo que razonar mucho es porque no sale naturalmente. El vicio, como disposición mala, estable y permanente, nos hace dudar. Nos hace no comprometernos. Ser impasibles es contra natura. Siempre te va a llegar lo que le pase al otro. Por eso el enojo existe, y tiene que ser bueno y bien llevado para esto. Si te preguntas ¿Cómo saber cuándo es un buen enojo? No lo sabes en el momento, pero tu entorno si lo sabe, tu entorno es el único que puede saber la desmesura de tu enojo.
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Cuando no hay ningún afecto, cuando la indiferencia afectiva se explaya, la atención del otro hace que esta indiferencia se rompa. El mundo exterior rompe esta indiferencia. La atención se despierta con el interés. Ser hacia afuera. Y ¿cómo se llama este afecto que se despierta, que llama la atención? Amor.
El amor es ese primer movimiento del corazón que te hace pensar “qué bueno”, “qué bueno que exista la realidad”, “qué bueno que yo existo para ver esto”.  Porque de la confirmación de una existencia se confirma todo lo demás. Uno se da cuenta de que el mundo existe, uno se da cuenta de lo lindo, te haces sensible para ver lo que existe. Y la cosa es que, si no crees que es bueno que exista, entonces no es amor. Yo te quiero significa, darme cuenta de que quiero algo y eso me hace feliz.
Este darse cuenta implica una transformación. Es un darse cuenta que no tiene que ver con los beneficios que espero del otro. Porque cuando pienso en esto, pienso en que lo que no sea beneficio se puede cambiar. “Cuando pienso: Yo la voy a cambiar, ahí empieza el divorcio.” Y es que según Cassagne la gente no es plastilina, no cambia. En vez, cuando acepto, le doy lugar a todo lo que el otro es. “Vos sos vos” y la gente se tiene que convencer de esto. Él me convenció. Me convenció de que tengo que tener consciencia de que uno no es igual al otro.
Alicia Saliva, mi imán en cuanto a literatura respecta, le consultó: “¿Y cómo haces con todo esto en tu vida, con Inés?; él respondió “Hay dos clases de personas, los que son éticos antes de actuar y los que lo son después”. Así los primeros años de su matrimonio se basaron en las disculpas.
Inés, por ejemplo, es impulsiva. Pero tiene carácter para disculparse también. Existen los biliosos, esos con mucha secreción de bilis, qué se le puede hacer si son calientes fisiológicamente. Responden rápido, son éticos después de actuar, en cambio, hay otros que son lentos, incluso en sus procesos digestivos. Hay reacciones que uno trae de fábrica, algo psico-físico, que la caracterología ha estado estudiando. La gente suele ser muy invasora en general, hay que vivir y dejar vivir.
El matrimonio es cambio, llega un momento donde gustas de otras cosas. Y hay que pensar, “si a vos se te está secando la plantita tenés que regarla” Hay que charlar, contarlo todo sin idea de reclamo pero contando lo que sientes para que el otro esté al tanto. Por su parte, el otro tiene que escuchar sin posibilidad de defenderse. Esto hace que el otro sepa quén es ese que está enfrente y por qué reacciona cómo reacciona. Así le das espacio de existencia. Validas su modo de ser. Haces que crezca como persona. Porque la vocación del otro es tu responsabilidad. “Si no la asumes vos mismo estás quedando más petiso de lo que deberías ser”. Cuando ves de dónde viene la bronca en el fondo, entiendes.
Somos cuidadores de almas. Se viene al mundo a compartir con el otro y cuidar de él para que sea lo mejor que puede ser. Así sea de a poco, de a lento, de a goteo. Nunca se puede cerrar el chorro porque sólo así la otra persona mejora. Dar todo, implica dar tus pecados también.
Alicia retoma “Pero no has dicho como sos vos” Yo era rencoroso, respondió. Pero aprendí a esperar la disculpa, porque me di cuenta que sin esa impulsividad no hubiese podido hacer todo lo demás que ella hizo. Lo básico entre nosotros: Mucha fe compartida, mucha lectura compartida, el resto era sólo tormenta accidental. Y así llevo 54 años de casado.
Primero lo importante; segundo, con calma; tercero, cuando tienes que forzar mucho es mejor soltar.
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El amor, traducido en interés despierto, se transforma en interés de estar con el otro. Así busco conocer. La inquietud se vuelve deseo (búsqueda de la cosa amada). Por el deseo busco acercarme, es un querer efectivo. Quiero algo, denota voluntad. Me doy cuenta y quiero. Pero esta búsqueda no es eterna, cuando la inquietud descansa lo hace en el encuentro. Cuando se obtiene lo amado, no se busca más. Se tiene paz. Uno siente alegría, gozo, sólo después de todo lo anterior. Después de haberlo deseado. Está mal pensar “lo quiero para mí”. Para que me satisfaga, eso es quererse sólo a uno y eso es egoísmo.
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El bien, lo que vale la pena, eso amado es arduo. Requiere esfuerzo, uno no puede ser descuidado. Todo cuesta, y lo que cuesta es enemigo. Pero ser feliz es tener lo que se ama, tener alegría y gozo, corpóreo y espiritual. Porque si se me priva de esto me frustro, siento odio y es normal. No puedo reprimirlo. Es el odio lo que sale de mí y cuando no puedo eliminar ese enemigo no me queda otra que huir, es lo natural. Así, el amor se puede transformar en odio, en tristeza y uno siente esto porque verdaderamente ha experimentado una pérdida. Real o imaginaria, algo que debiera estar y no está. La tristeza desvitaliza, anuncia la muerte si no se apela a la esperanza y al equilibrio. Los obstáculos requieren agresividad porque los caminos a elegir son dos: esperanza o desespero. Éste último sólo aparecer frente al fin difícil de conseguir. Se transforma en miedo. Pero también puede ser audacia, puede ser riesgo a tomar, aunque es peligroso uno no huye, lo enfrenta. Se supera el miedo.
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Lo que yo busco en definitiva no es estar contento, eso viene después. Busco lo que amo, luego estoy contento. Siempre hay que preguntarse: ¿Reírse por qué? La risa es segunda, lo primero es la cosa que amo, la alegría es una de las formas que toma el amor. Así que si hemos sido creados con capacidad de reacción, no queda otra que tomar el camino de la esperanza y enfrentarnos.
“En la vida tenés que enfrentar, y te han provisto de todas las herramientas para hacerlo. Hay que encarar. Reconozcámonos y demos espacio”.





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